domingo, 15 de junio de 2014

Las nubes. Las estrellas. Y Dios.

Qué vértigo daba aquello. Parecía que me iba a caer pero nunca me caería. Mis pies descalzos sobre las nubes. Mi cuerpo con una bata blanca y dos alas de ángel en mi espalda. Había sido buena. Era todo un honor estar allí. El cielo era increíble. Una puerta de barrotes de oro y una inscripción de plata y bronce con diamantes pequeños me daban la bienvenida.
Una voz me pilló por sorprendida cuando llegué a aquella puerta. Era ronca y fuerte, pero a la vez muy dulce. No dijo nada, pero supe qué decía. La voz sonaba en mi cabeza y me invitaba a entrar.
Cuando fui a tocar la puerta...

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